Fue solo un instante y todo volvió. El nudo en mi garganta se va agrandando con cada línea que escribo y con cada cosa que pienso. La pucha si yo habré pasado momentos difíciles con mi viejo. La puta si habré llorado, puteado, mandado a la mierda, … las veces que le pedí perdón aunque sabía que en realidad él estaba equivocado. Su lema “hacé tu vida y no me jodás a mi”, su ausencia. Las peleas, los momentos de mierda. Los distanciamientos, las pastillas, las corridas, los te quiero.
Parece un vaivén de emociones que tiene un ciclo, en el que remontan en el momento menos pensado y hace estremecer el corazón y acortar el aire.
Nunca le contaba a nadie, solo se enteraba un pequeño anotador de hojas pobres sedientas de tina.
Contárselo a alguien….¿Para que? Si yo me la banco bien. Para qué contarme mis patéticas cosas?… es amargar al pedo a la otra persona; seguramente no le interese en lo más mínimo y me da odio tan solo pensar que mientras yo le cuento algo, la persona esté pensando en otra cosa que no sea el tema que le cuento tan triste… mejor no lo cuento.
Pero después me di cuenta de algo importante…
No cambié la manera de pensar, sigo sin contar mis cosas, pero en lugar del anotador tenía un teclado con caries y hojas virtuales y el tío Word 7.0 prestaba atención corrigiendo severamente mis errores de ortografía. Pasaron muchas cosas, muchas emociones y reflexiones, muchos domingos por la madrugada… muchos domingos lluviosos por la tarde… mucha mierda.
Tantas cosas escritas….
Todo estaba en aquel disco rígido, el cuál creía como un buen iluso que esa información era imperdible…
Me equivoqué. Perdí todo… ahora estoy aprendiendo a contar mis cosas.
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