Capítulo segundo…
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...Empieza a pensar que la mujer es una prostituta, no porque tenga una especial habilidad para adivinar profesiones a primera vista, aún no hace muchos días el mismo podría haber sido identificado por el olor que trasudaba a ganado caprino, y ahora todos dirían, es pescador, se le fue aquel olor, vino otro que no trasuda menos.
La mujer huele a perfume, pero Jesús, pese a su inocencia, que no es ignorancia, pues no le había faltado ocasiones de ver como procedan carneros machos cabrios, tiene sentido de sobra para considerar que el buen olor del cuerpo no es razón suficiente para afirmar que una mujer es prostituta. Realmente, una prostituta debería oler a lo que más frecuenta, a hombre, como el cabrero huele a cabra y el pescador a pescado, aunque, tal ves, quien sabe, esas mujeres se perfuman tanto justamente porque quieren esconder, disimular o incluso olvidar el olor a hombre.
La mujer apareció con un tarrito y venia sonriendo como si alguien, dentro de la casa, le hubiera contado una historia divertida. Jesús la veía acercarse, pero, si no lo engañaban sus ojos, ella venia muy lentamente, como ocurre a veces en los sueños, la túnica se movía, ondeaba, modelando al andar el balanceo rítmico de los muslos, y el cabello negro de la mujer, suelto, danzaba sobre sus hombros como el viento hace que dancen las espigas en el trigal.
No había duda, la túnica, era de prostituta; el cuerpo de bailarina; la risa de mujer liviana.
Jesús, en estado de aflicción, pidió a su memoria que lo socorriese con alguna de las apropiadas máximas de su celebre homónimo y autor, Jesús, hijo de Sira, y la memoria le respondió, susurrándole discretamente, desde el otro lado del oído, huye del encuentro con una mujer liviana para no caer en sus celadas, y después, no andes mucho con una bailarina, no sea perezcas en sus encantos, y finalmente, nunca te entregues a las prostitutas si no quieres perder tus haberes y perderte tu mismo, que se pierda este Jesús de ahora bien pudiera acontecer, siendo hombre y tan joven, pero, en cuanto a haberes... esos ya sabemos que no corren peligro porque no los tiene, por lo que el mismo se hallará a salvo. Llegada la hora, cuando la mujer antes de cerrar el trato le pregunte, ¿cuánto tienes?.
Preparado para todo está Jesús, por eso no le sorprende la pregunta que ella le hace mientras, colocado ahora el pie de él sobre la rodilla de ella, le cubría de ungüento la herida, Cómo te llamas?, Jesús fue la respuesta, y no dijo de Nazaret porque antes ya lo había declarado, como ella, por ser de aquí donde vivía no dijo de Magdala, cuando, al preguntarle él a su ves el nombre, respondió que Maria.
Con tantos movimientos y observaciones, acabo Maria de Magdala de vendar el dolorido pie de Jesús, rematando con una sólida y pertinente atadura, Ya está, dijo ella, como puedo agradecértelo pregunto Jesús, y por primera vez sus ojos tocaron los ojos de ella, negros, brillantes como azabache, de donde fluía, como agua sobre agua corriera, una especie de voluptuosa veladura que alcanzó de lleno el cuerpo secreto de Jesús. La mujer no respondió de inmediato, lo miraba, a su vez, como valorándolo comprobando que clase de hombre era. Que de dineros ya se veía que no andaba bien provisto el pobre joven.
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