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26 abril, 2006

Pudo ser un gran amor

No se droga, no fuma, no bebe, pero tiene celular. Ese aparato es su vida. Podría salir desnudo a la calle pero jamás sin teléfono. Duerme con él bajo la almohada. Se ducha en paz sólo si la luz intermitente lo vigila de cerca. A la derecha del plato exige tenedor y cuchara y a la izquierda, cuchillo y celular. Aprendió a usar cada enigmática tecla, proeza poco común. Sabe qué número marcar para llamar a la policía, la ambulancia, los bomberos y el servicio antipulgas de urgencia. Con su mágico aparato recibe información de espectáculos y resultados deportivos online. Tiene Internet móvil y adopta la novedad que la telefonía ofrece cada semana para hacer más feliz la la vida del hombre y más abultada su factura mensual. Los amigos cultos lo advierten sobre la obsesión patológica y la dependencia de la tecnología que eclipsa valores espirituales.

Hoy parece ser el gran día. La ve en Conde y Loreto. Es bellísima, su mujer soñada. Aferrando el celular en el bolsillo, la sigue. Esa tarde y varias más. Averigua dónde vive y cuáles son sus hábitos. Durante el sondeo el amor crece, pero su escaso poder de seducción le impide hablarle. Ya llegará la hora.

Una noche solitaria al ángel se le descompone el auto. El baja corriendo del suyo con el celular en la mano para pedir ayuda. Ella le agradece con una sonrisa digna de una diosa. Pero un imprevisto infame lo hace enmudecer y huir para siempre. Se había quedado sin batería.


De algún escritor, de hace algunos años, más precisamente hace 7 años, cuando los celulares no estaban en exceso como ahora.

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